Que un uribista con escala en el “santismo” terminara volviéndose petrista es una acrobacia.
En una misma semana la política colombiana nos demostró que la coherencia no es precisamente una virtud de nuestros dirigentes y que, por el contrario, la mayoría de ellos bailan al son que mejor les toquen. Pero que un uribista con escala en el “santismo” terminara volviéndose petrista, es una acrobacia que ni en los mejores circos estábamos acostumbrados a ver.
Armando Benedetti lo logró y ahora trasegará por la Colombia Humana, supone uno que hasta que vea si Gustavo Petro tiene opciones reales en 2022. Luego se volverá liberal gavirista (de Alejandro o de César) o acabará montando su propio chuzo desencantado de todos los sitios en los que estuvo en su vida política. Da igual. Él y Roy Barreras se aseguraron de que los echaran del Partido de ‘la U’ para no tener problemas en su nuevo cambio de camiseta; una jugadita de la que participó callado Aurelio Iragorri, exdirector de ese partido, que les hizo el favor de expulsarlos sin contarle nada a Dilian Francisca Toro, la nueva presidenta de la colectividad.
Pero lo de Armandito no es tan risible como lo de los Petro. Gustavo le extendió sus brazos a Benedetti sin chistar ni preguntar de dónde vienen sus votos o cuál es su compromiso programático antes de aceptarlo en sus toldas, como tampoco preguntó nunca, a decir verdad, de dónde venían los fajos de billetes del sobre aquel que recibió en un apartamento a oscuras.
Mientras tanto, Nicolás, el hijo de Petro y ahora diputado de oposición en el Atlántico, se olvidó de todas sus arengas en contra del establecimiento costeño y la clase dirigente tradicional de esa región que decía aborrecer, para correr igualmente al encuentro de su nuevo socio, Armando Benedetti. La política, que es dinámica.
Y si uno mira para el “lado derecho”, las cosas no son mejores. En esos mismos días en que el triple salto mortal de los anteriormente mencionados se perfeccionaba, reaparecía en un foro el inefable general Jorge Enrique Mora; el mismo que llamaba “bandidos”, sin titubear, a los guerrilleros de las Farc en 2002 y que terminó sentado negociando con ellos en 2012. Ahora en 2020, dice que el acuerdo fue chimbo; que no trajo la paz y que, al contrario, terminó entregándoles las instituciones colombianas a los miembros de ese grupo. Con razón le recordaron que no firmó una sino tres veces el dichoso acuerdo y con razón tenemos derecho, los colombianos, de reclamarle al militar de marras por el silencio que guardó mientras veía que todo eso pasaba. Cómo será que hasta Humberto de la Calle estuvo más cerca de renunciar a su condición de negociador que el general Mora, al que siempre se lo vio muy cómodo y ahora pretende que le creamos su sorpresivo y súbito rasgado de vestiduras.
Que la memoria o, peor aún, la dignidad le volvieran cuatro años después de firmados los acuerdos, refleja un oportunismo enorme de un uniformado que a la larga tampoco dejó un gran legado en la institución castrense, pues su mayor logro fue haber saboteado a la entonces ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, que llegó a meterles transparencia a las Fuerzas Militares y que, por cuenta de Mora Rangel, no pudo terminar con éxito su tarea y terminó renunciando.
A propósito, ¿en qué irán las investigaciones contra el señor general que estuvieron curiosamente paradas durante el tiempo en que prestó su nombre para la negociación con las Farc?
Se parecen mucho Benedetti y Mora. De oportunistas y volteados está llena la dirigencia política colombiana.
En una misma semana la política colombiana nos demostró que la coherencia no es precisamente una virtud de nuestros dirigentes y que, por el contrario, la mayoría de ellos bailan al son que mejor les toquen. Pero que un uribista con escala en el “santismo” terminara volviéndose petrista, es una acrobacia que ni en los mejores circos estábamos acostumbrados a ver.
Armando Benedetti lo logró y ahora trasegará por la Colombia Humana, supone uno que hasta que vea si Gustavo Petro tiene opciones reales en 2022. Luego se volverá liberal gavirista (de Alejandro o de César) o acabará montando su propio chuzo desencantado de todos los sitios en los que estuvo en su vida política. Da igual. Él y Roy Barreras se aseguraron de que los echaran del Partido de ‘la U’ para no tener problemas en su nuevo cambio de camiseta; una jugadita de la que participó callado Aurelio Iragorri, exdirector de ese partido, que les hizo el favor de expulsarlos sin contarle nada a Dilian Francisca Toro, la nueva presidenta de la colectividad.
Pero lo de Armandito no es tan risible como lo de los Petro. Gustavo le extendió sus brazos a Benedetti sin chistar ni preguntar de dónde vienen sus votos o cuál es su compromiso programático antes de aceptarlo en sus toldas, como tampoco preguntó nunca, a decir verdad, de dónde venían los fajos de billetes del sobre aquel que recibió en un apartamento a oscuras.
Mientras tanto, Nicolás, el hijo de Petro y ahora diputado de oposición en el Atlántico, se olvidó de todas sus arengas en contra del establecimiento costeño y la clase dirigente tradicional de esa región que decía aborrecer, para correr igualmente al encuentro de su nuevo socio, Armando Benedetti. La política, que es dinámica.
Y si uno mira para el “lado derecho”, las cosas no son mejores. En esos mismos días en que el triple salto mortal de los anteriormente mencionados se perfeccionaba, reaparecía en un foro el inefable general Jorge Enrique Mora; el mismo que llamaba “bandidos”, sin titubear, a los guerrilleros de las Farc en 2002 y que terminó sentado negociando con ellos en 2012. Ahora en 2020, dice que el acuerdo fue chimbo; que no trajo la paz y que, al contrario, terminó entregándoles las instituciones colombianas a los miembros de ese grupo. Con razón le recordaron que no firmó una sino tres veces el dichoso acuerdo y con razón tenemos derecho, los colombianos, de reclamarle al militar de marras por el silencio que guardó mientras veía que todo eso pasaba. Cómo será que hasta Humberto de la Calle estuvo más cerca de renunciar a su condición de negociador que el general Mora, al que siempre se lo vio muy cómodo y ahora pretende que le creamos su sorpresivo y súbito rasgado de vestiduras.
Que la memoria o, peor aún, la dignidad le volvieran cuatro años después de firmados los acuerdos, refleja un oportunismo enorme de un uniformado que a la larga tampoco dejó un gran legado en la institución castrense, pues su mayor logro fue haber saboteado a la entonces ministra de Defensa, Marta Lucía Ramírez, que llegó a meterles transparencia a las Fuerzas Militares y que, por cuenta de Mora Rangel, no pudo terminar con éxito su tarea y terminó renunciando.
A propósito, ¿en qué irán las investigaciones contra el señor general que estuvieron curiosamente paradas durante el tiempo en que prestó su nombre para la negociación con las Farc?
Se parecen mucho Benedetti y Mora. De oportunistas y volteados está llena la dirigencia política colombiana.