“Me da vergüenza como colombiano escuchar eso”, fue todo lo que atinó a decir Juan Manuel Santos en Oslo, en rueda de prensa con la primera ministra de Noruega, Erna Solberg, al día siguiente de recibir el premio Nobel de Paz, concedido en octubre 8 de 2016 (seis días después de que su proceso de paz fuera rechazado por la mayoría en las urnas), cuando una periodista le preguntó qué tenía para decirles a sus detractores políticos que opinaban que el premio había sido comprado por intereses petroleros de Noruega.
Bueno saber qué estará sintiendo el señor Santos, ahora cuando el prestigioso diario The New York Times, tan cercano a sus afectos políticos, es el que en un artículo escrito por el editor Rick Gladstone y publicado por estos días, pone en entre dicho el criterio con el que se está entregando ese galardón, habla de seis individuos a quienes no se los han debido otorgar y entre ellos figura su nombre.
Considera que en su caso el premio fue entregado apresuradamente, pues a pesar de los “decididos esfuerzos para poner fin a la guerra civil de más de 50 años, al haber intentado hacer las paces con las Farc (...) los acontecimientos recientes en el país sugieren que una vez más está descendiendo al conflicto”.
Es oportuno aclarar, en primer lugar, que aquí no había “guerra civil”, teníamos un conflicto generado por bandas de guerrilleros narcoterroristas, criminales que acosaban, no solamente a las Fuerzas Armadas sino, también, a la población civil que, unida siempre les manifestó profundo rechazo; en segundo lugar, no estamos descendiendo nuevamente al conflicto, no, es que el conflicto nunca cesó. Pues muchos “frentes” de esa banda jamás se desmovilizaron y prueba de ello es que el segundo al mando de la organización y su principal negociador en La Habana, alias “Iván Márquez”, poco después de la firma optó, a pesar de todas las gabelas concedidas, seguir armado, delinquiendo en la selva del mismo modo que lo ha hecho durante décadas.
Ahora bien, si esos “acontecimiento recientes” han llevado a que se cuestione la entrega del premio, qué tal que conocieran todos los engaños a los que recurrió el galardonado para llegar a la presidencia, y las retorcidas maniobras de las que echó mano para reelegirse y poder así llevar a cabo ese desaguisado que en mala hora le dio por llamar “Proceso de Paz”, que no fue más que un vulgar arreglo entre un gobierno corrupto y unos criminales de lesa humanidad, que le serviría, al primero, como herramienta para conseguir el anhelado premio Nobel de Paz, y a los segundos, para organizar su brazo político, conseguir impunidad y legalizar su mal habida fortuna. Eso sí, todo eso a un costo prácticamente impagable para el país, puesto que socavó gravemente las bases de la democracia, nos dejó en bancarrota y con 220 mil hectáreas de coca.
Eso de “el sol de la paz brilla por fin en el cielo de Colombia”, no fue más que la frase ideal para cerrar el discurso con el que Santos justificó el recibo del premio en Oslo.
Hora ya de que el mundo conozca todo lo que se esconde detrás de ese Nobel de Paz.
Bueno saber qué estará sintiendo el señor Santos, ahora cuando el prestigioso diario The New York Times, tan cercano a sus afectos políticos, es el que en un artículo escrito por el editor Rick Gladstone y publicado por estos días, pone en entre dicho el criterio con el que se está entregando ese galardón, habla de seis individuos a quienes no se los han debido otorgar y entre ellos figura su nombre.
Considera que en su caso el premio fue entregado apresuradamente, pues a pesar de los “decididos esfuerzos para poner fin a la guerra civil de más de 50 años, al haber intentado hacer las paces con las Farc (...) los acontecimientos recientes en el país sugieren que una vez más está descendiendo al conflicto”.
Es oportuno aclarar, en primer lugar, que aquí no había “guerra civil”, teníamos un conflicto generado por bandas de guerrilleros narcoterroristas, criminales que acosaban, no solamente a las Fuerzas Armadas sino, también, a la población civil que, unida siempre les manifestó profundo rechazo; en segundo lugar, no estamos descendiendo nuevamente al conflicto, no, es que el conflicto nunca cesó. Pues muchos “frentes” de esa banda jamás se desmovilizaron y prueba de ello es que el segundo al mando de la organización y su principal negociador en La Habana, alias “Iván Márquez”, poco después de la firma optó, a pesar de todas las gabelas concedidas, seguir armado, delinquiendo en la selva del mismo modo que lo ha hecho durante décadas.
Ahora bien, si esos “acontecimiento recientes” han llevado a que se cuestione la entrega del premio, qué tal que conocieran todos los engaños a los que recurrió el galardonado para llegar a la presidencia, y las retorcidas maniobras de las que echó mano para reelegirse y poder así llevar a cabo ese desaguisado que en mala hora le dio por llamar “Proceso de Paz”, que no fue más que un vulgar arreglo entre un gobierno corrupto y unos criminales de lesa humanidad, que le serviría, al primero, como herramienta para conseguir el anhelado premio Nobel de Paz, y a los segundos, para organizar su brazo político, conseguir impunidad y legalizar su mal habida fortuna. Eso sí, todo eso a un costo prácticamente impagable para el país, puesto que socavó gravemente las bases de la democracia, nos dejó en bancarrota y con 220 mil hectáreas de coca.
Eso de “el sol de la paz brilla por fin en el cielo de Colombia”, no fue más que la frase ideal para cerrar el discurso con el que Santos justificó el recibo del premio en Oslo.
Hora ya de que el mundo conozca todo lo que se esconde detrás de ese Nobel de Paz.