Duraron años tratando de abandonar el buque que se hunde, y al fin lo consiguieron. Sin necesidad de torcerle el cuello a la ley, encontraron los cómplices necesarios para su vergonzosa huida.
Estamos hablando de Armando Benedetti y de Roy Barrera quienes acaban de salir del Partido de la U del cual usaron sin pena para mantener sus curules y sus cuotas de poder. A través de él, se apoderaron de temas como la paz de la cual recibieron jugosos dividendos del gobierno que encabezó Juan Manuel Santos.
Antes, don Roy, que hace maromas admirables para algunos, había apelado a todo lo necesario para aparecer como el leal amigo del entonces presidente Álvaro Uribe, como lo hizo antes con Germán Vargas Lleras cuando militó en Cambio Radical o mucho antes cuando fue elegido representante a la Cámara por el Partido Liberal. Incluso nombró a Uribe padrino de su último matrimonio.
Benedetti por su parte utilizó su verbo encendido para amenazar y logró tajadas de poder que lo han puesto a voltear ante la Justicia que le pide explicaciones por compras de apartamentos de los decomisados a la mafia, por actuaciones a favor de Odebrecht y por una variedad amplia de acusaciones de las cuales se ríe.
Ese par de personajes tienen un particular y afinado instinto para aprovechar los vientos del poder. Mientras se hacían elegir, no le aportaron nada a la ideología de su partido y llevan años tratando de pasar en el Congreso una reforma electoral que les permita huir de la U y ofrecerse al mejor postor. Y como saben que la U ya es pasado así elijan a doña Dilian como su candidata a la presidencia, buscaron la manera de escabullirse, cual roedores en un naufragio.
No renunciaron como hace la gente decente cuando no está de acuerdo con su partido y acepta que debe cumplir los procedimientos que ellos aprobaron como legisladores para cambiar de filiación política y no causarle daños al partido que los eligió. No. Esos métodos repugnan a su cinismo.
Roy y Benedetti escogieron la puerta de atrás: se hicieron echar del Partido de la U. Para ello aprovecharon su cercanía con Aurelio Iragorri quien se retiraba de la presidencia de esa colectividad y a la complacencia de muchos de sus compañeros de bancada. Ellos les hicieron un proceso silencioso y acelerado que terminó en octubre, una semana antes de que se posesionara la nueva y flamante presidenta del partido fundado por Uribe, manipulado por Santos y explotado hasta la saciedad por los dos sujetos. Y Dilian, perpleja ante la jugada.
Así, expulsados, mantienen sus curules y a la vez pueden hacer lo que les venga en gana. El uno, don Roy, se irá para la amalgama de santistas, casi todos derrotados, que pretenden formar una supuesta coalición de centro para defender la paz. Con seguridad, a él no le interesa ser candidato a la presidencia sino volver a ser Senador.
Y el otro, Benedetti, se tiró en los brazos de Gustavo Petro a quien él cree será el nuevo presidente de Colombia y lo recibió con euforia. Su objetivo, claro está, no es elegir al exguerrillero sino entrar a la Colombia Humana, el nuevo clientelismo que le asegurará su curul aunque diga que no aspira.
Esa es la ética de Roy Barreras y Armando Benedetti. Es el ejemplo de hasta dónde llega el envilecimiento de la política en Colombia, donde no hay principios ni valores ni respeto con quienes los eligen. Son tránsfugas y mercaderes que la explotan y la destruyen para conseguir utilidades sin importar lo que le pase a su país.
Estamos hablando de Armando Benedetti y de Roy Barrera quienes acaban de salir del Partido de la U del cual usaron sin pena para mantener sus curules y sus cuotas de poder. A través de él, se apoderaron de temas como la paz de la cual recibieron jugosos dividendos del gobierno que encabezó Juan Manuel Santos.
Antes, don Roy, que hace maromas admirables para algunos, había apelado a todo lo necesario para aparecer como el leal amigo del entonces presidente Álvaro Uribe, como lo hizo antes con Germán Vargas Lleras cuando militó en Cambio Radical o mucho antes cuando fue elegido representante a la Cámara por el Partido Liberal. Incluso nombró a Uribe padrino de su último matrimonio.
Benedetti por su parte utilizó su verbo encendido para amenazar y logró tajadas de poder que lo han puesto a voltear ante la Justicia que le pide explicaciones por compras de apartamentos de los decomisados a la mafia, por actuaciones a favor de Odebrecht y por una variedad amplia de acusaciones de las cuales se ríe.
Ese par de personajes tienen un particular y afinado instinto para aprovechar los vientos del poder. Mientras se hacían elegir, no le aportaron nada a la ideología de su partido y llevan años tratando de pasar en el Congreso una reforma electoral que les permita huir de la U y ofrecerse al mejor postor. Y como saben que la U ya es pasado así elijan a doña Dilian como su candidata a la presidencia, buscaron la manera de escabullirse, cual roedores en un naufragio.
No renunciaron como hace la gente decente cuando no está de acuerdo con su partido y acepta que debe cumplir los procedimientos que ellos aprobaron como legisladores para cambiar de filiación política y no causarle daños al partido que los eligió. No. Esos métodos repugnan a su cinismo.
Roy y Benedetti escogieron la puerta de atrás: se hicieron echar del Partido de la U. Para ello aprovecharon su cercanía con Aurelio Iragorri quien se retiraba de la presidencia de esa colectividad y a la complacencia de muchos de sus compañeros de bancada. Ellos les hicieron un proceso silencioso y acelerado que terminó en octubre, una semana antes de que se posesionara la nueva y flamante presidenta del partido fundado por Uribe, manipulado por Santos y explotado hasta la saciedad por los dos sujetos. Y Dilian, perpleja ante la jugada.
Así, expulsados, mantienen sus curules y a la vez pueden hacer lo que les venga en gana. El uno, don Roy, se irá para la amalgama de santistas, casi todos derrotados, que pretenden formar una supuesta coalición de centro para defender la paz. Con seguridad, a él no le interesa ser candidato a la presidencia sino volver a ser Senador.
Y el otro, Benedetti, se tiró en los brazos de Gustavo Petro a quien él cree será el nuevo presidente de Colombia y lo recibió con euforia. Su objetivo, claro está, no es elegir al exguerrillero sino entrar a la Colombia Humana, el nuevo clientelismo que le asegurará su curul aunque diga que no aspira.
Esa es la ética de Roy Barreras y Armando Benedetti. Es el ejemplo de hasta dónde llega el envilecimiento de la política en Colombia, donde no hay principios ni valores ni respeto con quienes los eligen. Son tránsfugas y mercaderes que la explotan y la destruyen para conseguir utilidades sin importar lo que le pase a su país.