Si las tecnológicas van a ser censores políticos, también deberían responder por lo que circula en sus redes.
Salud Hernández-Mora | Semana | 16 de enero de 2021
Por fin se larga. Rabioso, dando patadas de ahogado, pero se va este miércoles, y por la puerta trasera. Lo hace con su inmensa fanaticada aún convencida de que a su presidente una pérfida trama le cortó las alas.
Lo que me pareció una torpeza innecesaria y peligrosa fue la estocada que le dieron los gigantes tecnológicos, asumiendo el papel de nuevos inquisidores. Brindaron en bandeja argumentos a un personaje funesto que se vanagloria de que millones lo detesten y que el Establecimiento siempre haya querido callarlo.
Y fue peligrosa porque los billonarios dueños de Facebook, Twitter, Amazon, etc., abrieron la caja de Pandora en un momento en que ejercen un poder en el planeta como nunca antes soñó ningún gremio económico. A su lado, las famosas Siete Hermanas, compañías petroleras a las que acusaban de dominar el mundo en los sesenta y setenta del siglo pasado, parecen insignificantes lobistas.
Lo que cabría preguntarles es por qué esperaron al final de su presidencia para censurarlo. Si fuesen tan éticos, ecuánimes y desinteresados le habrían clausurado las cuentas mucho antes, como cuando escribió que podría disparar a quien quisiera en la Quinta Avenida de Nueva York y le seguirían votando. Pero les vino muy bien tanto la publicidad en todo el planeta que les proporcionaba Trump, entusiasmado con gobernar a golpe de trinos feroces, como sus 88 millones de seguidores.
Aunque muchos aplaudan la medida, olvidan que si un puñado de billonarios siguen censurando a jefes de Estado que consideren peligrosos, las redes sociales perderán su esencia, que supone cobijar todo tipo de posiciones, así nos parezcan demenciales, y fomentarán el pensamiento único.
Lógico que rechacen y cierren las cuentas que incitan a la violencia, pero casi nunca lo han hecho. La prueba de ello son los extremistas islámicos y las bandas terroristas colombianas, que han tenido varias, o el gobierno mafioso de Nicolás Maduro, que las usa para criminalizar a sus detractores e incita a que los ataquen.
Tiene gracia que preciso ahora quieran dar la imagen de imparcialidad al anunciar que anulan las cuentas de Iván Márquez y sus secuaces, tras el video declarando su apoyo a la revocatoria de Duque. Como si de repente les preocuparan sus llamados a la lucha armada y las imágenes que suben de sus asesinatos. Es señal de que son conscientes de que la decisión sobre Trump fue sesgada.
Al margen de los grupos criminales, que jamás deberían tener espacio, si emplearan siempre la misma vara de medir que usaron con Trump, en Colombia deberían silenciar a Petro. Es el único candidato presidencial que utiliza los altavoces virtuales para lanzar mensajes inquietantes que echan gasolina al fuego durante algunas revueltas callejeras.
Tampoco parece justificado alegar que Trump miente todo el rato y sus mentiras sobre el fraude electoral (que no existió) ponen en riesgo el sistema democrático. Si fuese por decir falsedades, el listado de presidentes y aspirantes presidenciales que deberían estar fuera de Twitter, Facebook, etc., sería interminable. ¿Y quién decidiría a quién deben sacar y cuándo? ¿Los amos de las compañías por ser privadas y ellos, los dueños? Si van a ejercer de censores políticos a partir de ahora, que no aleguen entonces que no tienen responsabilidad sobre lo que circula en sus redes.
Pongamos un ejemplo y perdonen que me refiera a algo personal. En Google News apareció una nota, firmada por Colombia Reports, en la que decían que soy periodista de la mafia y aportaban datos falsos para sustentarlo. En Wikipedia aparezco con un perfil igual que el citado y no hay manera de cambiarlo porque aunque uno lo modifique, vuelve y alguien lo repone. ¿A quién me quejo? Google se lava las manos. Ellos y los demás piratas tecnológicos que viven de reproducir gratis trabajos ajenos insisten en que no son responsables de nada. Que solo son un vehículo virtual.
Pero ya no es cierto. Con la decisión que adoptaron sobre Trump y sus seguidores (Amazon le quitó los servidores a Parler, competencia de Twitter, que cobija a millones de trumpistas y otros de extrema derecha), ingresaron al exclusivo club de manipuladores cibernéticos de elecciones, en el que Rusia ocupa un lugar privilegiado. Quedamos notificados de que silenciarán al político que consideren inapropiado y usarán su monopolio para controlar aún más la opinión pública.
Con semejante arma en la mano, podrán presionar a los Gobiernos para alcanzar sus metas. Dudo de que Biden y el Partido Demócrata se atrevan a legislar en contra de los gigantes tecnológicos que tan buenos servicios les prestan. Difícil desafiarlos.
Es indudable que Trump ha sido una desgracia, un misógino que se dedicó a pisotear las instituciones democráticas. Pero cerrarles la boca a él y a millones de sus votantes también es una manera de atentar contra las libertades. Y la de expresión es clave.
Parte de las redes sociales son cloacas donde la gente vomita insultos a toda hora y un medio para difundir mentiras y todo tipo de barbaridades. Pero, al mismo tiempo, abren foros de debate respetuosos y son una herramienta que permite que cualquiera exprese lo que piensa. Y le guste o no a un político, resulta imposible prescindir de ellas.
¿Deberían regularlas? El problema es cómo hacerlo sin que los gobiernos intervengan a su favor y sin que sus propietarios se erijan en la nueva Inquisición. Estamos fregados.
Por fin se larga. Rabioso, dando patadas de ahogado, pero se va este miércoles, y por la puerta trasera. Lo hace con su inmensa fanaticada aún convencida de que a su presidente una pérfida trama le cortó las alas.
Lo que me pareció una torpeza innecesaria y peligrosa fue la estocada que le dieron los gigantes tecnológicos, asumiendo el papel de nuevos inquisidores. Brindaron en bandeja argumentos a un personaje funesto que se vanagloria de que millones lo detesten y que el Establecimiento siempre haya querido callarlo.
Y fue peligrosa porque los billonarios dueños de Facebook, Twitter, Amazon, etc., abrieron la caja de Pandora en un momento en que ejercen un poder en el planeta como nunca antes soñó ningún gremio económico. A su lado, las famosas Siete Hermanas, compañías petroleras a las que acusaban de dominar el mundo en los sesenta y setenta del siglo pasado, parecen insignificantes lobistas.
Lo que cabría preguntarles es por qué esperaron al final de su presidencia para censurarlo. Si fuesen tan éticos, ecuánimes y desinteresados le habrían clausurado las cuentas mucho antes, como cuando escribió que podría disparar a quien quisiera en la Quinta Avenida de Nueva York y le seguirían votando. Pero les vino muy bien tanto la publicidad en todo el planeta que les proporcionaba Trump, entusiasmado con gobernar a golpe de trinos feroces, como sus 88 millones de seguidores.
Aunque muchos aplaudan la medida, olvidan que si un puñado de billonarios siguen censurando a jefes de Estado que consideren peligrosos, las redes sociales perderán su esencia, que supone cobijar todo tipo de posiciones, así nos parezcan demenciales, y fomentarán el pensamiento único.
Lógico que rechacen y cierren las cuentas que incitan a la violencia, pero casi nunca lo han hecho. La prueba de ello son los extremistas islámicos y las bandas terroristas colombianas, que han tenido varias, o el gobierno mafioso de Nicolás Maduro, que las usa para criminalizar a sus detractores e incita a que los ataquen.
Tiene gracia que preciso ahora quieran dar la imagen de imparcialidad al anunciar que anulan las cuentas de Iván Márquez y sus secuaces, tras el video declarando su apoyo a la revocatoria de Duque. Como si de repente les preocuparan sus llamados a la lucha armada y las imágenes que suben de sus asesinatos. Es señal de que son conscientes de que la decisión sobre Trump fue sesgada.
Al margen de los grupos criminales, que jamás deberían tener espacio, si emplearan siempre la misma vara de medir que usaron con Trump, en Colombia deberían silenciar a Petro. Es el único candidato presidencial que utiliza los altavoces virtuales para lanzar mensajes inquietantes que echan gasolina al fuego durante algunas revueltas callejeras.
Tampoco parece justificado alegar que Trump miente todo el rato y sus mentiras sobre el fraude electoral (que no existió) ponen en riesgo el sistema democrático. Si fuese por decir falsedades, el listado de presidentes y aspirantes presidenciales que deberían estar fuera de Twitter, Facebook, etc., sería interminable. ¿Y quién decidiría a quién deben sacar y cuándo? ¿Los amos de las compañías por ser privadas y ellos, los dueños? Si van a ejercer de censores políticos a partir de ahora, que no aleguen entonces que no tienen responsabilidad sobre lo que circula en sus redes.
Pongamos un ejemplo y perdonen que me refiera a algo personal. En Google News apareció una nota, firmada por Colombia Reports, en la que decían que soy periodista de la mafia y aportaban datos falsos para sustentarlo. En Wikipedia aparezco con un perfil igual que el citado y no hay manera de cambiarlo porque aunque uno lo modifique, vuelve y alguien lo repone. ¿A quién me quejo? Google se lava las manos. Ellos y los demás piratas tecnológicos que viven de reproducir gratis trabajos ajenos insisten en que no son responsables de nada. Que solo son un vehículo virtual.
Pero ya no es cierto. Con la decisión que adoptaron sobre Trump y sus seguidores (Amazon le quitó los servidores a Parler, competencia de Twitter, que cobija a millones de trumpistas y otros de extrema derecha), ingresaron al exclusivo club de manipuladores cibernéticos de elecciones, en el que Rusia ocupa un lugar privilegiado. Quedamos notificados de que silenciarán al político que consideren inapropiado y usarán su monopolio para controlar aún más la opinión pública.
Con semejante arma en la mano, podrán presionar a los Gobiernos para alcanzar sus metas. Dudo de que Biden y el Partido Demócrata se atrevan a legislar en contra de los gigantes tecnológicos que tan buenos servicios les prestan. Difícil desafiarlos.
Es indudable que Trump ha sido una desgracia, un misógino que se dedicó a pisotear las instituciones democráticas. Pero cerrarles la boca a él y a millones de sus votantes también es una manera de atentar contra las libertades. Y la de expresión es clave.
Parte de las redes sociales son cloacas donde la gente vomita insultos a toda hora y un medio para difundir mentiras y todo tipo de barbaridades. Pero, al mismo tiempo, abren foros de debate respetuosos y son una herramienta que permite que cualquiera exprese lo que piensa. Y le guste o no a un político, resulta imposible prescindir de ellas.
¿Deberían regularlas? El problema es cómo hacerlo sin que los gobiernos intervengan a su favor y sin que sus propietarios se erijan en la nueva Inquisición. Estamos fregados.