Jénnifer Arias | El Parche del Capuchino | 20 de enero de 2021
La historia de la humanidad está llena de historias trágicas que han sacudido al mundo, pero que a su vez han logrado sacar lo mejor de los seres humanos. La segunda guerra mundial, y en especial el holocausto nazi, acaecido entre 1933 y 1944, causaron tal dolor, escozor y repugnancia, que terminaron por unir a las principales potencias del mundo en una sola dirección: acabar con la barbarie, proteger a la humanidad, y derrotar al enemigo.
Un año después de terminada la guerra, China, Francia, la Unión Soviética, el Reino Unido, los Estados Unidos y otras naciones crearon la Organización de Naciones Unidas, como un intento de frenar la barbarie y garantizar la vida. Además, la nación de Israel, que fue la que más puso víctimas durante el holocausto, obtuvo por fin un lugar para asentarse, luego de miles de años condenados a la diáspora
Para no ir muy lejos, en 2004, un terremoto se registró en el Océano Índico, lo que originó un tsunami que golpeó la costa de varios países asiáticos, como Indonesia, India, Tailandia y Sri Lanka. El desastre dejó más de 230.000 muertos de diferentes nacionalidades, y volvió a ponerse sobre la mesa la solidaridad de los seres humanos.
Por eso resulta desobligante y hasta absurdo, que hoy en pleno siglo XXI, cuando nos enfrentamos a un enemigo tan desconocido y letal como el Covid 19, que solo en Colombia ya deja una cifra cercana a los 50 mil muertos, haya en el país esa especie de mercaderes de la muerte, antes que unirse a buscar entre todos una solución, han convertido esta tragedia en un instrumento político, en un caballito de campaña que antes de generar unión entre los colombianos y sus instituciones, ha mostrado lo bajo que pueden llegar a caer quienes paradójicamente se hacen llamar ‘defensores de los oprimidos’. Esos que hablan de paz y justicia social, pero que solo persiguen intereses personales, sin importar que para lograrlo acudan a las más bajas prácticas, “formas de lucha” que llaman.
El manejo de la pandemia no ha sido fácil, y era de esperarse. Ningún país del mundo estaba preparado para esta tragedia; sin embargo, en honor a la verdad hay que decir que el gobierno colombiano ha sorteado con grandeza el manejo de la crisis, desde la óptica médica, con miles de trabajadores de la salud que terminaron heroicamente dándolo todo con tal de salvar vidas, a ellos mi reconocimiento y gratitud infinitas. Pero también desde lo económico y lo social, con cientos de medidas que han logrado pese a la crisis, que los ciudadanos más vulnerables sientan que hay un gobierno trabajando por y para ellos.
La gran esperanza para millones de colombianos hoy está puesta en la vacuna contra el virus, y en esto el Gobierno del presidente Iván Duque ha puesto todo su esfuerzo, y ya se logró garantizar no solo la adquisición, sino además la implementación de un plan previamente diseñado, con reglas y prioridades para que esta vacuna llegue a quienes más la necesitan.
Este esfuerzo no puede verse minado por personajes de baja calaña, que quieren pescar en río revuelto, y que antes de rodear al Gobierno nacional, se han dedicado a torpedear cada proceso y cada acción que se adelanta para favorecer a los más débiles ante los embates económicos de una emergencia que requiere de todo el esfuerzo, unión y altruismo de todos y cada uno de los colombianos, si es que queremos salir adelante, reactivar la economía, y acabar con la ola de contagios y por supuesto con las muertes de tantos miles de ciudadanos.
Indigna ver a personajes funestos como el senador Jorge Enrique Robledo, que en los años que lleva como congresista no ha construido nada para el país, pero hoy pretende con su populismo ramplón, y a punta de tutelas, poner en peligro las negociaciones del Gobierno con las farmacéuticas al conminar al gobierno a violar cláusulas de confidencialidad. Ni qué decir de la alcaldesa Claudia López, reina de la improvisación, la arrogancia y el autoritarismo, desastrosa como mandataria. Está tan perdida que aún cree que es una congresista haciendo oposición, y que el hospital Simón Bolívar queda en la localidad de Kennedy. No se ha dado cuenta que en sus manos está el destino de los millones de habitantes de la capital del país.
Sí, hablo de la misma Claudia López, personaje ordinario y altanero, que pisotea a sus policías mientras la seguridad de la ciudad se le salió de las manos, y que ataca al Ministro de Salud para lavarse las manos ante su desastroso manejo de la pandemia, hecho que tiene a la ciudad como el mayor foco de contagios y muerte del país.
Otro de esos palos en la rueda, y que no ha escatimado esfuerzos para satanizar los mecanismos establecidos para la adquisición de la vacuna es Gustavo Petro. El mismo al que le quedó grande hasta el manejo de las basuras en Bogotá, y cuya administración estuvo marcada por la ineptitud y la corrupción, pero que dice que sería el mejor presidente de toda la galaxia. Un sujeto corrupto y sin escrúpulos, que nada le ha aportado a esos pobres que dice defender, pero que tal y como Claudia López sumido en su arrogancia, y desde la comodidad de sus redes sociales estorba, cuestiona, divide y difama, pero no ha hecho nada para superar la crisis, y menos para lograr la unión que se necesita en estos momentos.
La vacuna para los colombianos está asegurada, esto amén a los buenos oficios del Ministro de Salud y de todo el equipo de gobierno del presidente Duque. Pero es preciso que los colombianos en general entiendan que este es un proceso que requiere de absoluta responsabilidad, y en eso el presidente Iván Duque ha mostrado estar a la altura. También es preciso que estos mercaderes de la muerte entiendan que la emergencia no se maneja ni se manejará a su estilo arrogante y autoritario. Ya basta de palos en la rueda, sobre todo en un país que, como el nuestro, ya ha puesto bastantes muertos desde la aparición del virus. Basta de carroñeros mediocres que nada aportan a la solución de la emergencia, sino que por el contrario la usufructúan. Terminaron convertidos en simples mercaderes de la muerte, porque eso es lo que son; sujetos pusilánimes que capitalizan el dolor y la tragedia para hacer un populismo tan ruin y visceral, que está poniendo en grave peligro no solo la compra de la vacuna, sino, -y esto es muy grave- la salud de millones de colombianos.
La historia de la humanidad está llena de historias trágicas que han sacudido al mundo, pero que a su vez han logrado sacar lo mejor de los seres humanos. La segunda guerra mundial, y en especial el holocausto nazi, acaecido entre 1933 y 1944, causaron tal dolor, escozor y repugnancia, que terminaron por unir a las principales potencias del mundo en una sola dirección: acabar con la barbarie, proteger a la humanidad, y derrotar al enemigo.
Un año después de terminada la guerra, China, Francia, la Unión Soviética, el Reino Unido, los Estados Unidos y otras naciones crearon la Organización de Naciones Unidas, como un intento de frenar la barbarie y garantizar la vida. Además, la nación de Israel, que fue la que más puso víctimas durante el holocausto, obtuvo por fin un lugar para asentarse, luego de miles de años condenados a la diáspora
Para no ir muy lejos, en 2004, un terremoto se registró en el Océano Índico, lo que originó un tsunami que golpeó la costa de varios países asiáticos, como Indonesia, India, Tailandia y Sri Lanka. El desastre dejó más de 230.000 muertos de diferentes nacionalidades, y volvió a ponerse sobre la mesa la solidaridad de los seres humanos.
Por eso resulta desobligante y hasta absurdo, que hoy en pleno siglo XXI, cuando nos enfrentamos a un enemigo tan desconocido y letal como el Covid 19, que solo en Colombia ya deja una cifra cercana a los 50 mil muertos, haya en el país esa especie de mercaderes de la muerte, antes que unirse a buscar entre todos una solución, han convertido esta tragedia en un instrumento político, en un caballito de campaña que antes de generar unión entre los colombianos y sus instituciones, ha mostrado lo bajo que pueden llegar a caer quienes paradójicamente se hacen llamar ‘defensores de los oprimidos’. Esos que hablan de paz y justicia social, pero que solo persiguen intereses personales, sin importar que para lograrlo acudan a las más bajas prácticas, “formas de lucha” que llaman.
El manejo de la pandemia no ha sido fácil, y era de esperarse. Ningún país del mundo estaba preparado para esta tragedia; sin embargo, en honor a la verdad hay que decir que el gobierno colombiano ha sorteado con grandeza el manejo de la crisis, desde la óptica médica, con miles de trabajadores de la salud que terminaron heroicamente dándolo todo con tal de salvar vidas, a ellos mi reconocimiento y gratitud infinitas. Pero también desde lo económico y lo social, con cientos de medidas que han logrado pese a la crisis, que los ciudadanos más vulnerables sientan que hay un gobierno trabajando por y para ellos.
La gran esperanza para millones de colombianos hoy está puesta en la vacuna contra el virus, y en esto el Gobierno del presidente Iván Duque ha puesto todo su esfuerzo, y ya se logró garantizar no solo la adquisición, sino además la implementación de un plan previamente diseñado, con reglas y prioridades para que esta vacuna llegue a quienes más la necesitan.
Este esfuerzo no puede verse minado por personajes de baja calaña, que quieren pescar en río revuelto, y que antes de rodear al Gobierno nacional, se han dedicado a torpedear cada proceso y cada acción que se adelanta para favorecer a los más débiles ante los embates económicos de una emergencia que requiere de todo el esfuerzo, unión y altruismo de todos y cada uno de los colombianos, si es que queremos salir adelante, reactivar la economía, y acabar con la ola de contagios y por supuesto con las muertes de tantos miles de ciudadanos.
Indigna ver a personajes funestos como el senador Jorge Enrique Robledo, que en los años que lleva como congresista no ha construido nada para el país, pero hoy pretende con su populismo ramplón, y a punta de tutelas, poner en peligro las negociaciones del Gobierno con las farmacéuticas al conminar al gobierno a violar cláusulas de confidencialidad. Ni qué decir de la alcaldesa Claudia López, reina de la improvisación, la arrogancia y el autoritarismo, desastrosa como mandataria. Está tan perdida que aún cree que es una congresista haciendo oposición, y que el hospital Simón Bolívar queda en la localidad de Kennedy. No se ha dado cuenta que en sus manos está el destino de los millones de habitantes de la capital del país.
Sí, hablo de la misma Claudia López, personaje ordinario y altanero, que pisotea a sus policías mientras la seguridad de la ciudad se le salió de las manos, y que ataca al Ministro de Salud para lavarse las manos ante su desastroso manejo de la pandemia, hecho que tiene a la ciudad como el mayor foco de contagios y muerte del país.
Otro de esos palos en la rueda, y que no ha escatimado esfuerzos para satanizar los mecanismos establecidos para la adquisición de la vacuna es Gustavo Petro. El mismo al que le quedó grande hasta el manejo de las basuras en Bogotá, y cuya administración estuvo marcada por la ineptitud y la corrupción, pero que dice que sería el mejor presidente de toda la galaxia. Un sujeto corrupto y sin escrúpulos, que nada le ha aportado a esos pobres que dice defender, pero que tal y como Claudia López sumido en su arrogancia, y desde la comodidad de sus redes sociales estorba, cuestiona, divide y difama, pero no ha hecho nada para superar la crisis, y menos para lograr la unión que se necesita en estos momentos.
La vacuna para los colombianos está asegurada, esto amén a los buenos oficios del Ministro de Salud y de todo el equipo de gobierno del presidente Duque. Pero es preciso que los colombianos en general entiendan que este es un proceso que requiere de absoluta responsabilidad, y en eso el presidente Iván Duque ha mostrado estar a la altura. También es preciso que estos mercaderes de la muerte entiendan que la emergencia no se maneja ni se manejará a su estilo arrogante y autoritario. Ya basta de palos en la rueda, sobre todo en un país que, como el nuestro, ya ha puesto bastantes muertos desde la aparición del virus. Basta de carroñeros mediocres que nada aportan a la solución de la emergencia, sino que por el contrario la usufructúan. Terminaron convertidos en simples mercaderes de la muerte, porque eso es lo que son; sujetos pusilánimes que capitalizan el dolor y la tragedia para hacer un populismo tan ruin y visceral, que está poniendo en grave peligro no solo la compra de la vacuna, sino, -y esto es muy grave- la salud de millones de colombianos.