"Se premia la calumnia... la virtud se escarnece... agoniza el derecho... y la palabra, convertida en tea, incinera el Sermón de la montaña..."

Padre Mario García Izasa
Padre Mario García Isaza | La Linterna Azul | 19 de enero de 2021

Estas palabras elegíacas de uno de los más hermosos poemas del gran Jorge Robledo, (“Vuelve, hermano Francisco”), podrían ser parte de un intento angustiado de describir la realidad de nuestra patria. En ella, ¡ay!, sienta cátedra la mentira; dictan sentencia togados deshonestos; se regodean en su garantizada impunidad e incluso posan de legisladores los más aviesos criminales; rigen el destino de ciudades los corifeos de las más nefastas ideologías; dicen impartir justicia los que prohíjan el asesinato de los aún no nacidos y de los débiles; medran en la sombra los corruptos; tribunales hay que prohíben que se invoque a Dios, y reprenden al gobernante si lo hace; fungen de maestros los confesos enemigos de una antropología y una ética cristiana.

Se negoció la autoridad con los infractores de toda ley; se olvida intencionalmente el nombre de los peores pecados para designarlos con términos hipócritamente eufemísticos; se niega, para poder prohijar las peores aberraciones, la existencia de la ley natural; se pisotea la imagen de la familia y se pretende dar ese nombre a uniones vitandas; se estampan en programas educativos consignas de corrupción de niños y de adolescentes, y buena parte de nuestros jóvenes, inquietos, soñadores y pletóricos de energías magníficas, son engañados y manipulados por agentes del ateísmo y del subjetivismo moral.

Los más poderosos medios de comunicación son canales de inmoralidad y altavoces de los que propugnan por un nuevo orden mundial inspirado en el materialismo ateo; muchos que en privado profesan principios y adhieren a una escala axiológica cristiana, ya en la palestra pública callan y esconden medrosamente esas convicciones, y olvidan la dimensión apologética de su tarea; quien vendió la patria con la firma de un acuerdo proditorio, pasea y enarbola por escenarios internacionales el premio que se granjeó con sus mentiras; los principales empresarios del negocio multibillonario de las drogas malditas tienen su cubil seguro al amparo de tiranos limítrofes, y desde allí, blindados con armas asesinas y regodeándose en la impunidad que se les otorgó, nos amenazan; y a quienes en el territorio nacional ejecutan sus consignas y cuidan su negocio, no se los combate, por miedo, con los medios realmente eficaces.

Ya hay parcelas del suelo patrio a las que la legítima y gloriosa fuerza armada de Colombia no le es permitido ingresar; todo el actuar de un gobierno que elegimos creyendo que sería contundente contra los enemigos de Colombia, viene condicionado por lo establecido en un “acuerdo” que no existe, sencillamente porque el legislador primario que es el pueblo lo rechazó, y al que, sin embargo, se amarró temeroso; por encima de las legítimas instituciones judiciales de Colombia, impone su ley un tribunal espurio, la JEP, establecido a su amaño por los mismos que deberían ser juzgados, y organizado por agentes de ETA, de los Montoneros y de Sendero luminoso; y muchos, muchísimos colombianos, estamos como anestesiados ante el riesgo que representan para el futuro de Colombia los planes de una izquierda ciega y engreída.

La parrafada anterior podría hacer pensar a cualquiera que quien la ha escrito es alguien profundamente desencantado, sin esperanza, incapaz de percibir una ceja de luz al final del túnel. Y no, no lo soy. Tengo clara conciencia de que sobre Colombia se ciernen nubarrones procelosos; de que en la sombra maquinan contra ella enemigos poderosos y siniestros, que lo son de la civilización cristiana; y de que los mismos tienen entre nosotros ejecutores con nombre propio que, como auténticos idiotas útiles, van ejecutando sus designios.

Pero estoy más profundamente convencido aún de que este pueblo colombiano no es tierra abonada para esos planes pérfidos; de que las raíces que alimentan nuestra vida social, y que chupan la savia de las enseñanzas de Jesucristo y de la fe en Dios, son tan hondas y tan fuertes que ningún vendaval podrá arrancarlas; siento que, como a los empavorecidos discípulos en la barca que parecía zozobrar, el Señor nos dice: por qué tienen miedo…hombres de poca fe; confío firmemente en que los que sueñan con una Colombia encarrilada por los senderos del socialismo del siglo XXI, que ya sumió en la miseria material y social a otros países, aquí no pasarán. Pero, para que esto sea así, para que finalmente se imponga la sensatez sobre el desvarío, son necesarias varias cosas.

Es preciso que los dirigentes que creen en los valores que se cimientan en la doctrina social y en la ética cristiana, los que profesan, en relación con la persona humana, con la vida, con la familia, con la sociedad, una visión que respeta la ley natural establecida por Dios, pongan de verdad por encima de intereses personales y politiqueros el auténtico bien de Colombia, la defensa de esos valores contra los que actúan fuerzas tan oscuras; que entiendan que, en las coyunturas electorales venideras, solo unidos podremos hacer frente con éxito a la arremetida furiosa y deletérea de la izquierda increyente.

Es necesario que levantemos la voz; más dañinas son la timidez y la cobardía de los buenos que la altanería y el descaro de los malos. La actitud vergonzante y el silencio timorato frente a la inmoralidad de un proyecto de ley, o de una sentencia, o de un acto de gobierno, constituyen complicidad y pecado de omisión. La fe tiene, ineludible, una dimensión profética, que exige salir en defensa de la verdad frente al error, de la moral frente a la corrupción, de la justicia frente a la injusticia, de los derechos fundamentales frente a la arbitrariedad, del bien frente al mal.

Es preciso desenmascarar a quienes, profesando los postulados del materialismo social ateo, adelantan desde ya campañas para seguir apoderándose de puestos de dirección en nuestra patria. Es necesario que quienes tenemos alguna posibilidad de ayudar a pensar, de brindar orientaciones que permitan filtrar contenidos y hacer discernimiento, —educadores, dirigentes, usuarios de los medios de comunicación, políticos, patrones, padres de familia, sacerdotes…— veamos en esa posibilidad un deber, y lo cumplamos. Cuando vamos avanzando en un año que será electoral, hay que recordar que, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, un católico no puede apoyar con su voto a quien presenta propuestas o programas atentatorios contra la ley de Dios.

Y es necesario, sobre todo, que no perdamos la certeza de que “en Dios vivimos, nos movemos y existimos”; que contra la tromba que amenaza con desterrar a Dios y su Evangelio de nuestra vida y de nuestras instituciones, nos aferremos a la tabla de salvación de nuestra fe; que no olvidemos ni por un momento que se nos ha prometido que las puertas del infierno no prevalecerán; que en el santuario de nuestro corazón, y en el recinto cálido de nuestras “iglesias domésticas”, y bajo el techo de nuestras catedrales, capillas y santuarios, la oración ferviente y confiada al Dios de Colombia y a la Madre de la Iglesia aliente nuestra esperanza y fortalezca nuestras luchas.


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