Valiéndose de lo que tiene, las cortas luces y muy escasa autoridad moral de su ministro Gil Botero, Santos acaba de declarar lícita la cocaína en Colombia.
La técnica jurídica usada para el efecto ha sido tan pobre y ladina como todo lo de Santos. No teniendo el valor de llamar las cosas por su nombre y decirlas de una vez, acude al triste expediente de declarar permisibles 3.8 hectáreas de coca que cualquiera siembre o mantenga en el territorio nacional.
Todo lo que no está prohibido está permitido. Eso lo sabe hasta un indomable ignorante como el ministro Gil Botero. Y lo prohibido trae una sanción legal, que es como llama el artículo 4 del Código Civil a la consecuencia desfavorable que se sigue al incumplimiento de una disposición legal. Cuando no hay ninguna, la conducta queda permitida.
Al contemplar esta desventura, que pronto será acogida por los congresistas cubiertos de mermelada y amenazados con perderla en vísperas electorales, uno se pregunta ¿para qué fue entonces la lucha contra el narcotráfico en Colombia?
¿Para qué se hicieron matar don Guillermo Cano y Luis Carlos Galán Sarmiento? ¿Para qué? ¿Para qué se hicieron matar los periodista y jueces y policías y soldados que se enfrentaron a la mafia? ¿Para qué se hizo matar toda la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y con ella tantos magistrados que la acompañaron en el Holocausto de Palacio?
No faltará el imbécil que diga que la norma solo protege a los pequeños sembradores de coca y que los mafiosos a escala seguirán siendo castigados. El tema es de una simple división. Cuando se encuentren 5000 hectáreas sembradas, bastará movilizar 2000 o menos cocaleros que digan que son suyas las tres mil parcelas que se quieran erradicar. ¿Bien fácil, no?
Si el Gobierno estaba derrotado en la erradicación de los cultivos, como hoy mismo lo demuestran la zona del Catatumbo y al sur, toda la región caucana y nariñense, ahora ni hablar del tema. Las 250 000 hectáreas que hoy mostramos con vergüenza ante la faz del mundo se duplicarán o triplicarán. Todo dependerá del mercado.
Y seguiremos nadando en mares de dólares negros. Y seguiremos nadando en mares de contrabando que acaben del todo con la industria colombiana. Y seguiremos cogiendo café con mano de obra venezolana, mientras se pueda. Y seguiremos con jueces corruptos, policías colaboradores con la mafia, soldados entregados, campos abandonados, desolación y ruina.
Y nos convertiremos, otra vez, en los parias del universo, como en las épocas de Samper Pizano. Los Estados Unidos nos quitarán la certificación, nos cortarán ayudas y nos cerrarán los mercados. Europa hará lo mismo. Y la China seguirá imponiendo la pena de muerte a los que sirven de portadores de nuestra cocaína.
Pero seguiremos en el posconflicto. Porque los asesinos de las Farc, los barrigones que retratan todos los días, que mantienen a sus hijos en Suiza y sus estrafalarias cuentas en dólares en cualquier parte, seguirán hablando de paz desde el Congreso y llenas las alforjas de oro seguirán diciendo que si algo falla en el desarrollo de los acuerdos de paz es por culpa del Gobierno.
Nadie ha medido la gravedad del proyecto que Santos y Gil Botero han mandado al Parlamento. Si hubiéramos entendido, estaríamos en la calle exigiendo la renuncia de esos sinvergüenzas. Pero aquí no entendemos nada. Porque nos idiotizaron, que es la pena más cruel que se le pueda imponer a un pueblo. Por eso andamos muy preocupados con la espalda de James y los muslos de Falcao. Esos son los temas del momento.
Estamos tan idiotizados, que no le exigimos a Santos que muestre completa la carta que le acaba de mandar Trump, con las felicitaciones por su gestión contra el narcotráfico.
Estamos tan idiotizados, que no preguntamos por centenares de miles de familias colombianas que tienen hambre y que hoy tratarán de vencer su tragedia en el rebusque. Cuando crecemos al 1.2 % anual ese es el precio que pagamos.
Estamos tan idiotizados, que ya olvidamos que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia venden sus sentencias, que los de la Corte Constitucional pagan en sentencias los favores del Gobierno, que los del Consejo de Estado siguen cumpliendo las consignas que les imparte Gil Botero, con la esperanza de que a ellos también los contraten cuando salgan del empleo.
Estamos tan idiotizados, que no nos importan Medimás, ni la Ruta del Sol 2, ni la ruta del Sol 3, ni el Túnel de la Línea, ni Mulaló Loboguerrero, ni Buenaventura, ni Tumaco, ni Caprecom, ni las pandillas juveniles que sustituyen las jornadas escolares, ni la plata que se les robaron a los empleados público en el Fondo Nacional del Ahorro. Tranquilos todos: la ONU seguirá apoyando el posconflicto.
La técnica jurídica usada para el efecto ha sido tan pobre y ladina como todo lo de Santos. No teniendo el valor de llamar las cosas por su nombre y decirlas de una vez, acude al triste expediente de declarar permisibles 3.8 hectáreas de coca que cualquiera siembre o mantenga en el territorio nacional.
Todo lo que no está prohibido está permitido. Eso lo sabe hasta un indomable ignorante como el ministro Gil Botero. Y lo prohibido trae una sanción legal, que es como llama el artículo 4 del Código Civil a la consecuencia desfavorable que se sigue al incumplimiento de una disposición legal. Cuando no hay ninguna, la conducta queda permitida.
Al contemplar esta desventura, que pronto será acogida por los congresistas cubiertos de mermelada y amenazados con perderla en vísperas electorales, uno se pregunta ¿para qué fue entonces la lucha contra el narcotráfico en Colombia?
¿Para qué se hicieron matar don Guillermo Cano y Luis Carlos Galán Sarmiento? ¿Para qué? ¿Para qué se hicieron matar los periodista y jueces y policías y soldados que se enfrentaron a la mafia? ¿Para qué se hizo matar toda la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia y con ella tantos magistrados que la acompañaron en el Holocausto de Palacio?
No faltará el imbécil que diga que la norma solo protege a los pequeños sembradores de coca y que los mafiosos a escala seguirán siendo castigados. El tema es de una simple división. Cuando se encuentren 5000 hectáreas sembradas, bastará movilizar 2000 o menos cocaleros que digan que son suyas las tres mil parcelas que se quieran erradicar. ¿Bien fácil, no?
Si el Gobierno estaba derrotado en la erradicación de los cultivos, como hoy mismo lo demuestran la zona del Catatumbo y al sur, toda la región caucana y nariñense, ahora ni hablar del tema. Las 250 000 hectáreas que hoy mostramos con vergüenza ante la faz del mundo se duplicarán o triplicarán. Todo dependerá del mercado.
Y seguiremos nadando en mares de dólares negros. Y seguiremos nadando en mares de contrabando que acaben del todo con la industria colombiana. Y seguiremos cogiendo café con mano de obra venezolana, mientras se pueda. Y seguiremos con jueces corruptos, policías colaboradores con la mafia, soldados entregados, campos abandonados, desolación y ruina.
Y nos convertiremos, otra vez, en los parias del universo, como en las épocas de Samper Pizano. Los Estados Unidos nos quitarán la certificación, nos cortarán ayudas y nos cerrarán los mercados. Europa hará lo mismo. Y la China seguirá imponiendo la pena de muerte a los que sirven de portadores de nuestra cocaína.
Pero seguiremos en el posconflicto. Porque los asesinos de las Farc, los barrigones que retratan todos los días, que mantienen a sus hijos en Suiza y sus estrafalarias cuentas en dólares en cualquier parte, seguirán hablando de paz desde el Congreso y llenas las alforjas de oro seguirán diciendo que si algo falla en el desarrollo de los acuerdos de paz es por culpa del Gobierno.
Nadie ha medido la gravedad del proyecto que Santos y Gil Botero han mandado al Parlamento. Si hubiéramos entendido, estaríamos en la calle exigiendo la renuncia de esos sinvergüenzas. Pero aquí no entendemos nada. Porque nos idiotizaron, que es la pena más cruel que se le pueda imponer a un pueblo. Por eso andamos muy preocupados con la espalda de James y los muslos de Falcao. Esos son los temas del momento.
Estamos tan idiotizados, que no le exigimos a Santos que muestre completa la carta que le acaba de mandar Trump, con las felicitaciones por su gestión contra el narcotráfico.
Estamos tan idiotizados, que no preguntamos por centenares de miles de familias colombianas que tienen hambre y que hoy tratarán de vencer su tragedia en el rebusque. Cuando crecemos al 1.2 % anual ese es el precio que pagamos.
Estamos tan idiotizados, que ya olvidamos que los magistrados de la Corte Suprema de Justicia venden sus sentencias, que los de la Corte Constitucional pagan en sentencias los favores del Gobierno, que los del Consejo de Estado siguen cumpliendo las consignas que les imparte Gil Botero, con la esperanza de que a ellos también los contraten cuando salgan del empleo.
Estamos tan idiotizados, que no nos importan Medimás, ni la Ruta del Sol 2, ni la ruta del Sol 3, ni el Túnel de la Línea, ni Mulaló Loboguerrero, ni Buenaventura, ni Tumaco, ni Caprecom, ni las pandillas juveniles que sustituyen las jornadas escolares, ni la plata que se les robaron a los empleados público en el Fondo Nacional del Ahorro. Tranquilos todos: la ONU seguirá apoyando el posconflicto.